Durante la Edad Media, especialmente entre los siglos V y XI, la ciencia fue oscurecida por las inquientudes religiosas. Sin embargo, en el siglo VII la ciencia reapareció con los árabes, quienes acumularon los antiguos conocimientos de los egipcios y de la filosofía antigua a través de la escuela alejandrina, fundando una práctica: la alquimia, el precedente de la química.
Los alquimistas consideraron metales como cuerpos compuestos, resultantes de dos propiedades comunes: el mercurio, que era lo "metálico", y el azufre, que era lo "combustible". Posteriormente consideraron un tercer principio, la sal, identificada con la “solidez” y la “solubilidad”. Estos principios alquimistas sustituyeron durante la Edad Media a los elementos de la filosofía helénica. Una idea inmediata fue la posibilidad de conseguir transmutación de los metales mediante la combinación de aquellos tres principios, pero esta transmutación solamente podía ser factible en presencia de una especie de catalizador al que se llamó la piedra filosofal. La historia de la alquimia es fundamentalmente la historia de la búsqueda de la piedra filosofal. Por otra parte, los alquimistas, confundidos con magos y brujos, sufrieron persecución por parte de las autoridades religiosas.
Los trabajos de los alquimistas, aunque infructuosos en el descubrimiento de la piedra filosofal y del elixir de la larga vida, y por tanto estériles, produjeron indudables progresos a la química del laboratorio, puesto que prepararon nuevas sustancias, inventaron aparatos útiles y desarrollaron técnicas empleadas después por los químicos.
Entre los alquimistas árabes más destacados cabe citar a Avicenna (siglo XI) y Averroes (1126-1198). Los árabes proporcionaron el descubrimiento de las sales de amoníaco, del ácido sulfúrico, del agua fuerte o ácido nítrico, del agua regia, de preparados alcohólicos y de compuestos del mercurio y del arsénico.
Avicenna |
Averroes |
Entre los alquimistas de Occidente destacaban Alberto Magno (1193-1280) y especialmente Roger Bacon (1214-1294). En un segundo plano fueron importantes Arnau de Vilanova (1245-1314) y Nicolás Flamel (1330-1418). Pero los dos más famosos son Felipe Aureolo Teofrasto Bombast de Hohenheim, llamado Paracelso (1493-1542), y Georg Agricola (1496-1555). Paracelso fue profesor en Basilea y pretendió haber creado el “homúnculo” (un pequeño ser de carne y hueso) mediante prácticas alquimistas. Agricola es autor de la recopilación De Re Metallica, compendio de practicas conocidas para el tratamiento de los minerales.